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La asfixia de las cosas

Mario T. se levanta del sillón con dificultad. Le resulta complicado encontrar un espacio libre para apoyar el pie. Un zapato se le enreda entre las varillas oxidadas y rotas de un paraguas con la tela desgarrada. Sacude la pierna para desprenderse del objeto que lo atrapa. Consigue sacar su pie, pero el suelo ha engullido su zapato. Avanza por un pasillo plagado de columnas de periódicos y revistas de números atrasados. Luego levanta una extremidad para esquivar una caja de cartón cuyo contenido no recuerda. Sube por unas viejas maletas atiborradas de libros como si fueran los peldaños de una escalera. Repta por encima de unas voluminosas bolsas de plástico de las que asoman telas, mantas, abrigos, toallas, sábanas y abundante ropa de mujer. Su cuerpo se hunde sobre este cúmulo de pertenencias blandas. Luego se arrastra entre objetos más despiadados: una tostadora, un microondas, una lavadora, la carcasa de un ordenador… Siente diferentes piezas metálicas clavadas en su cuerpo. A me...

El artista de la valla

Los primeros rayos de sol se filtran entre las nubes, acarician los tejados y tiñen de tonalidades rojizas las fachadas de las casas de Kyjov. La luz se cuela por los resquicios de los ventanales deteriorados del viejo taller y repta por muros desconchados, lienzos de otra época apilados en las paredes, muebles que acumulan el polvo de medio siglo y un suelo cubierto por fotografías y cartones arrojados hace años. La claridad atraviesa las fisuras de las puertas e ilumina su rostro cuarteado, su barba, sus canas enmarañadas, su piel ennegrecida y sus ropas remendadas. La luz continúa su camino a través de los huecos y se detiene en el cuarto oscuro. Un octogenario Miroslav desentumece los músculos agarrotados por el frío, la humedad de la noche y la artrosis. Le duele la cabeza y el estómago. Le cuesta enfocar. Las encías le arden. Se mueve con torpeza por su mugriento salón sujetando un lienzo cuya imagen se oculta bajo capas y capas de polvo. Coge una esponja ennegrecida. La humedece...

Las gafas

Mi madre nunca me compró el oso de orejas desiguales. De niño, cuando pasaba por la tienda de juguetes, pegaba la nariz al escaparate y suplicaba a mis padres que me lo compraran. Lo que diga tu madre , se limitaba a decir papá. Pero ella nunca accedió. Decía que el peluche escondía algún tipo de defecto que yo no lograba ver. Durante mucho tiempo sospeché que los cristales de mis gafas borraban ciertos detalles que me hacían percibir una imagen distorsionada de la realidad. Lo que veía con una claridad meridiana era que las mujeres tenían el mando. En casa se hacía lo que decidía mamá. Y en primaria me cuadraba ante las órdenes de Claudia, mi novia. Un día se la presenté a mi madre. Ella pasó revista y dijo: ¡ Hijo, sí que tienes la vista atrofiada! Por entonces, yo no la entendí. ¿Acaso consideraba a Claudia espantosa?, pensé. ¿Pero qué veía mi madre? , me preguntaba. Tras mis lentes aparecía una niña de ojos azules, de cabello dorado y con una graciosa mancha de nacimiento ...

El tufo de la homogeneidad

Y ya voy por la quinta vuelta a la manzana. No hay sitios libres. Bueno, sí que los hay pero me los arrebata siempre el coche de marras que circula delante de mí. Otra vuelta más. Y otra plaza de parquin que me quitan. Al final estaciono mi vehículo, pero invadiendo un poco un paso de cebra. Tengo la esperanza de que algún día sea yo la que aparque a la primera. Llego tarde, para variar. La rueda de prensa ya ha empezado, pero no entro aún. Me entretengo hojeando los folletos informativos que se exponen en recepción. Cojo unos cuantos y me los meto en el bolso. Nunca se sabe. Será cuestión de entrar. Veo a todos los compañeros, o sea, a la competencia. No te has perdido nada, me dice uno. No sé si creerle. No veo ningún sitio libre. ¡Por Dios, qué mal huele en esta sala! Opto por quedarme de pie. Saco mi libreta y un boli. Dejo el bolso en el suelo y veo una hoja con una tonalidad ocre otoñal asomando de la suela de mi zapato. La estiro para quitármela. Viene con sorpresa. Lleva ...

Descarrilamiento

El canal 15 vomita las imágenes del descarrilamiento de un tren: un boquete en el cristal de la ventana de un vagón vacío, un zapato desparejado, un carrito de bebé entre el amasijo de hierros... Y de fondo: ese sonido. Desde cuándo hace ese ruidito insufrible al comer. Sí, esa mezcla entre la última exhalación de un moribundo y un orgasmo reprimido. Cuándo me empezó a molestar el tufo de su olor corporal impregnado en el sofá y en la almohada. Cuándo dejé de sonreír cada vez que aparecía. Cuándo se volvieron sus caricias repugnantes. ¡Maldita sea! Otra vez ese gemidito martilleándome la cabeza. ̶ Hoy estás muy guapa,   ̶ dice estampándome un beso mientras sorbe el café ̶ . Me apetece muchísimo lo de este fin de semana en el campo. Ya sabes… tú y yo solos… Nos   lo merecemos después de lo que hemos pasado. Bajo la mirada. Por qué me dejé convencer. Por qué fuimos a hacer submarinismo ese fin de semana. No pasará nada, dijo. No hay nada más seguro, insistió. Y ahora qu...

Bulerias

Fuera, el viento azota las persianas y los ánimos. Dentro, la música sacude la rabia. “Estirad los brazos. No quiero que os toquéis. Que nadie invada vuestro espacio. Y recordad que sois como un roble milenario cuyas raíces están bien ancladas en la madre tierra. Por muy fuerte que sople el viento, éste no os puede derribar. ¡Empecemos. Quillas, por bulerías!”, dice la profesora. Suenan nuestras palmas con el revés de las manos. Se funden con el compás de la música y las risas. 12 3      45 6     7 8     9 10    …       12 3      45 6     7 8     9 10   … Candela o lo que queda de ella entra en clase. Parece que ha sido abatida por un ciclón. Ni rastro de esos hombros tirados para atrás, ni de la barbilla elevada como desafiando el aire, ni de sus hoyuelos, ni de esa mirada pícara enmarcada por sus pestañas postizas. Hoy no bailan sus manos gitan...

Señales

Las cosas ocurren por algo, no para de repetir mi madre como un mantra. Pero yo no acabo de descifrar el porqué de los acontecimientos. Y eso me inquieta. Me siento incapaz de desentrañar las señales que me envía el universo. Ayer, mientras conducía, una ardilla se cruzó en mi camino. Luego corrió en paralelo a mi coche durante medio kilómetro. ¡Y yo que pensaba que el hábitat de estos roedores se encontraba en otro trópico! La ardilla me ganó. Según mi madre, eso tiene un significado.     Si entro en una librería, tropiezo, ejecuto una complicada pirueta en el aire, tiro dos libros que caen abiertos en el suelo, aterrizo de pie, pisoteo sus letras, y las huellas de mis zapatillas quedan marcadas nada más y nada menos que en El faro de Virginia Woolf y en 1984 de George Orwell…   Pues bien, según mi madre, ese sacrilegio o acto vandálico involuntario tiene un motivo.   El universo te habla, me dice; pero yo soy una lerda a la hora de descifrar su código. El...

Disfraces

Mi teléfono vibra en el bolsillo. Reunión urgente para todos los profesores de primaria a la hora del almuerzo , leo en mi whatsapp. La noticia se ha extendido como la pólvora. La centralita y el e-mail del colegio echan humo. Menudo revuelo se montó ayer cuando vieron a Mariola en el cuarto de baño. ¡Pero si es una niña! Una pequeña de siete años que no se despega de su mochila rosa de Rapunzel, ni de su sonrisa; y que, por lo visto, tiene el poder de poner el colegio patas arriba. ̶ Los padres se nos echan encima; y la madre de Mariola amenaza con denunciar por acoso ̶     me susurra un compañero por el pasillo. ̶ ¡Está enferma. Que vaya a un centro para niños especiales! ̶ dice un joven con los pantalones algo caídos que hace piruetas sobre un monopatín. Por fin llego a mi clase. Me alegro de ver a Mariola cargando su mochila de Rapunzel, pero echo de menos su sonrisa. Recuerdo las primeras palabras que intercambié con ella el primer día de clase. Yo era una prof...